lunes, 2 de febrero de 2009

UNA CALIDA VISITA- SEGUNDA PARTE


Intenté recordar una y otra vez pero todo fue en vano. Olvidé mi nombre, olvidé donde estaba y a donde me dirigía. El olvido se apoderó de mí hasta el punto que me olvidé de sentir. El tren pasó por muchas estaciones, recorrió numerosos pueblos y ciudades y yo mientras permanecí inmóvil, pegada a los cristales, con la vista perdida en la lejanía. Me daba igual que avanzáramos o que retrocediéramos. Tanto el olvido se apoderó de mí que me olvidé de sentir.
Durante esos días, en los pequeños instantes en que una pequeña llamita se encendía en mi interior y me daba la sensación de que iba a recordar, el único sentimiento que me parecía experimentar era el deseo de desvanecerme en la nada. No pasó nada lo suficientemente fuerte como para obligarme a recordar que podía volver dentro de mí.
Entre mis recuerdos me vienen destellos, retazos de algo que no se si es parte de una conversación con alguien a quien ni siquiera recuerdo haber visto ni oído. Me parece escuchar una voz suave, acida, que me susurra al odio: “déjate ir, nada vale la pena. Total, ¿Qué haces aquí?” y creo que le obedecí. Me dejé ir.
No estoy segura si las imágenes que recuerdo fueron reales o producto de mi imaginación. Me siento en brazos de alguien, quizás de aquél ser indefinido que se presentó en medio de las brumas. Ahora yo no era dueña de mi misma. Ahora le pertenecía a él. Con seguridad se abrió paso entre el gentío que transitaba por el anden llevándome con él. Adonde me condujo no lo sabía ni tampoco me interesaba averiguarlo. Yo había delegado todo mi poder interior y ya no era mi dueña. Me había entregado ciegamente, igual que loca enamorada, solo que sabía que quien se había adueñado de mi no era ningún bello galán.
Encerrada en su morada, alejada de todo y de todos, me sabía secuestrada, dominada, pero no me sentía con fuerza para hacerle frente porque me estaba robando el aliento, la voluntad de vivir.
Por un instante me supe consciente de que me hundía cada vez más en aquel pozo negro de abandono y desidia y algo dentro de mí se reveló. Intenté gritar pero de mi garganta no salió ni el más mínimo ruido. Aquel duende maligno me tenía secuestrada la voz. Estuve intentándolo en vano hasta que también me arrebató la voluntad de hacerlo. También se llevó mi conciencia por lo que no cabía la posibilidad de sentirme culpable por haberme abandonado.
No se cuantos días y cuantas noches estuve allí encerrada. Mi raptor, el duende maligno, la depresión, me robó todo, hasta la noción del tiempo. Debieron ser bastantes, o a mi me lo parecieron. Cuando me arrastró a aquel mundo sin voluntad y apatía los días eran cortos y las noches largas y frías. Los amaneceres llenos de bruma y escarcha.
Debía estar atardeciendo cuando en un día de aquellos, el último de mi encierro, los rayos del sol se filtraban tímidamente por una rendija que dejaba la persiana al descubierto. Su brillo fue perdiendo fuerza hasta que la oscuridad se adueño de nuevo de la habitación. Escuche un susurro cerca de mí pero al principio no identifiqué su procedencia. Allí no había nadie. Solo estábamos el duende maligno y yo. Yo no tenía ningún deseo de hablar y él no hablaba nunca, solo actuaba. Era silencioso, rotundamente callado. Su presencia era muy fría, helada.
Aquella voz era cálida, suave y escucharla me conmovió. Hacía mucho que nada lo hacía. Mi cuerpo comenzó a temblar de igual manera que el día en que fui secuestrada y por unos instantes me sentí de nuevo viva, recordé lo bello que es sentirse viva. De repente un torrente de recuerdos acudió a mi memoria. Recordé de quien era la voz que me hablaba y recordé lo que intentaba decirme. Era mi alma quien gritaba. Era la voz de mi alma quien me despertó de aquella pesadilla. Apreté los ojos con fuerza., tenía que abrirlos, salir de allí y de pronto la estancia se llenó de luz y de personajes conocidos pero que hacía mucho tiempo que estaban lejos. Eran los duendes que en los buenos tiempos habían viajado conmigo. Coraje y Esperanza me cogieron de las manos y casi flotando me sacaron de allí. Atravesamos calles oscuras y tenebrosas pero ellos no me soltaron las manos, sentía su calidez entre las mías y eso me ayudaba a no mirar atrás. El duende maligno nos persiguió un buen trecho pero cada vez se quedaba más lejos. Al final llegamos a la estación. Estaba llena de viajeros que hacían cola para subir al tren. Se oían sus murmullos, sus risas, sus despedidas. Niños correteando de un lado a otro. La vida le daba a todo una calidez maravillosa. Mi cuerpo y mi mente poco a poco se fueron reconfortando, a medida que los recuerdos volvían a mi memoria.
Una vez de vuelta a mi compartimento me sentí como de vuelta a casa. Me acomodé en mi asiento y me lié en mi manta de viaje, que extrañamente seguía donde la dejé. Recosté la cabeza en el respaldo y enseguida el tren comenzó a moverse.
Ha sido reconfortante volver a contemplar el andén a través de los cristales. Esos cristales sucios y llenos de vaho cuya visión se ha convertido en parte de mi existencia.
Ahora, con la memoria recobrada, me parece increíble que no echara de menos todo esto, que olvidara todo, que hubiera existido tantos días lejos de los viajeros, sus miradas, sus idas y venidas, los reflejos de las luces en los cristales, las paredes desconchadas, el escaparate de la tienda, la ventanilla de los billetes, los carteles con el horario de entradas y salidas… el silbido que anuncia la partida, esa mezcla de olores que se juntan y le dan un sabor dulce y amargo al aire que respiro, la bruma, el vaho, el canto de los pájaros que anidan en los tejados… ¿Cómo pude olvidarme de todo lo que me rodea? ¿Cómo pude olvidarme de que estas cosas se han hechos imprescindibles en mi viaje?, ¿Cómo pude olvidarme de mi fuerza y entregarme al duende malvado?
Afortunadamente, como en anteriores ocasiones, mi memoria volvió y recobré mi poder. Por suerte volví a escapar de sus garras.
Ahora el tren se desliza suavemente entre las sombras proyectadas por los árboles del camino. En silencio y con la llama de la gratitud en mi corazón les saludo interiormente mientras cierro los ojos y el sueño se apodera de mi. Me entrego sin miedo porque él es mi aliado. El sueño me reparará y me conducirá a un amanecer brillante.

miércoles, 28 de enero de 2009

UNA CALIDA VISITA- PRIMERA PARTE


Hace días que el tren recorre, una tras otra, estaciones parecidas. A través de los cristales las imagenes se suceden inmersas entre las brumas. Las horas transcurren monótonas sin que se aprecien muchos cambios ni dentro ni fuera de los bagones. Noches frías y oscuras dan paso a madrugadas que no acaban de abrirse a la luz del día. El sol se escondió la otra tarde detrás del pico de una montaña cubierta de blanca nieve y debió de ser raptado por algún duende travieso porque no he vuelto a saber de él. Su ausencia me pone triste. Extraño mucho su calor. Llevo días encogida. Mi cuerpo dolorido ha intentado reemplazarlo recogiéndose bajo una manta que alguien dejó olvidada en el asiento de al lado, pero no lo ha conseguido.

Hemos parado en numerosos andenes vacios e inhospitos donde pocos viajeros se aventuraban a emprender viaje y los pocos que lo hacían lo hacían ligeros, envueltos en mantas y abrigos para resguardarse del viento helado que azotada sus cuerpos. He visto pocos rostros en estos días. Apenas he sentido la caricia de una mirada. En algunos momentos he confundido el día con la noche y he perdido la cuenta del día en el que estamos...

En medio de un vacio, seguramente a media noche o en mitad de un día demasiado oscuro, alguien entró silencioso. Su figura se movía entre las sombras de forma irregular. Parecía flotar en el aire. Sin pronunciar palabra se sentó enfrente mio. Iba cubierto por un manto oscuro que le cubría todo dejando solo al descubierto un pequeño trozo de su cara, lo suficiente para que entrara aire en su boca y saliese por su nariz, y dejaba salir un inmenso brillo de sus pequeños y penetrantes ojos.

El lugar pareció llenarse de su precencia. Dejé de sentir frio y pude despegar un poco la manta de mi cuerpo. Mis músculos entumecidos recobraron un poco de vida. El o ella, pues era inmposible adividar de que ser se trataba, permanecia callado, extremadamente inmovil. Solo sus ojos se movian suavemente y mi cuerpo se extremedió cuando me apreció sentir la caricia de sus pupilas sobre mi. Estaba tranquila, serena, pero no se explicar porqué y aunque mi cuerpo seguía recibiendo calor, comencé a tenblar de una forma ritmica. No podía controlar mi cuerpo y mi corazón cada vez se aceleraba más.

Recuerdo que, como si alguien hubiese apagado un interruptor, mis ojos se cegaron, la luz desapareció y yo, irremisiblemente me sumergí en la más absoluta oscuridad. Entonces dejé de sentir mi cuerpo y me olvidé de todo cuanto me rodeaba. Tanto me olvidé quien era y adonde me dirigía...

miércoles, 21 de enero de 2009

EL FINAL DE MI PRIMER DIA DE VIAJE


Ya es de noche. El silencio reina en el tren. Solo se escucha un leve silbido, segurante producido al deslizarse por las vías. Han quedado pocos viajeros en mi bagón.
Casi todos han bajado en la última parada, un pueblecito rodeado de montañas donde el frio era intenso, hasta el punto de que el suelo de la estación se veía cubierto de una brillante capa de hielo. A través de los cristales de la ventana estuve observando como los viajeros hacían piruetas para no caer al suelo cuando sus pies resbalabann.
Luego, poco a poco todo se fue quedando vacio y el tren, casi sin avisar, comenzó a deslizarse suavemente a través de una linea difuminada de edificios desdibujados que prontodieron paso a un hilera de arboles que recordaban a gigantes y monstruos. Me apoyé contra los cristales y con los ojos casi cerrados me dejé llevar por la imaginación y pronto me convertí en la heroina de una historia trepidante de dragones y princesas... y cuando la bella, era rescatada y abria su boca roja para recibir el apasionado beso de su principe valiente algo hizo que me sobresaltara y salí de mi ensoñación dando al traste con el regocijo.
Cuando abrí los ojos ya era completamente de noche y las sombras dantescas del horizonte habían desaparecido dejando paso a nos destellos itinerantes que se reflejaban en los cristales y se movían por el interior llenándolo todo de una irrealidad desconcertante, así que tiré de las cortinillas y cubrí la ventana completamente con lo que la oscuridad invadió mi alrededor. Cerré los ojos de nuevo e intenté dormirme.
Así estoy, sumida en la oscuridad, contemplando mi desolado interior. Me pregunto por qué lo he abandonado todo y he subido a este tren sin destino. No se la respuesta y tampoco me preocupa demasiado. "El porqué no importa", me susurra el viento que ha comenzado a golpear los cristales, "lo verdadermente importante es el resultado, el viaje, el camino".
Me duele el recordar lo que he dejado atrás. Miro a mi alrededor y no veo más que oscuridad. ¡ me siento tan sola!Pienso en la posibilidad de encender la luz... pero no lo hago, prefiero la oscuridad a la certeza de una realidad irreal. Vuelvo a cerrar los ojos y mi soledad desaparece. Dentro estoy yo y ya no estoy tan sola.
La tranquilidad y el silencio me acompañan, el tren parece vacio, quieto. Se desliza suavemente entre la noche, entre oscuros y extraños campos en busca de un amanecer radiante y lleno de esperanza. El sueño se hace mi dueño.

Buenas noches

martes, 20 de enero de 2009

INVISIBLE ENTRE LA MULTITUD

Sentada en el anden, con las manos en el regazo, la cabeza apoyada en la sucia pared que acoge un desvencijado banco de hierro del que es dificil adivinar el color, y la vista clavada en las baldosas del suelo, pasé largas horas viendo pasar los trenes. Dejé pasar el tiempo mirando sin mirar, pensando sin pensar, viviendo sin vivir...
Pasaron muchos, ivan y venian de arriba abajo dejando y recogiendo gente. Rostros desconocidos, enigmáticos. Rostros sin nombre que ocultan secretos, tristesas, alegrias, venturas y desventuras. Unos con esperanzas, otros muertos en vida. Niños y viejos, hombres y mujeres, unos con prisa, otros sin rumbo...¿como me verían a mi?
Me hubiese marchado con cualquiera y tambien me habria ido sola. Sin embargo permanecí sentada, sin moverme, inerte durante la noche, ausente durante el día, observando, quizás hibernando.
Aburrida comencé a mirarles los ojos, les sotenia las miradas. Algunos me miraban, muy pocos me veían. Era invisible en una estación repleta de gente.
Estaba allí porque un día me cansé de ser como todos, habia querido saber más, avanzar y me volví diferente y entonces desaparecí, me hice invisible.
Pensé en volver, hacer como si nada hubiese ocurrido y pretendí comprar un billete para cualquier tren de cercanias pero no se bien por qué no me sorprendí mucho cuando en la ventanilla me dijeron que no había billete de vuelta.
Sin nada mejor que hacer me senté a esperar. Y sentada esperé, aunque no sabía qué. Tampoco sabía que tren coger y mientras que esperaba soñé.
Entre sueños viví vidas ajenas pero nunca la propia.
Una noche la estación se iluminó, los andenes se llenaron de luz, los railes temblaron y el ruido me despertó.
Desperté con una sensación un tanto extraña. Sentía ganas de pasear, de viajar de nuevo. Delante mía había parado un tren brillante que me invitaba a subir a sus vagones y no me pude resistir.
A pesar de ser media noche la ventanilla estaba abierta y me vendieron el billete sin oponer resistencia y como un niño pequeño con un juguete nuevo, recogi mi viejo petate y de un salto me subí AL TREN DE LA LUZ.
Mi corazón late con fuerza en mi pecho mientras me acomodo en mi asiento. A través de la ventanilla veo la gente que se agolpa en el anden. Les saludo sonriente agitando la mano y ellos parecen mirarme aunque no me responden, aún no me ven. No importa, viajaré en solitario. Confío en que en alguna estación olvidada me haré visible para alguien. Este viaje será divertido.
¿os venís conmigo?

Crisalida